viernes, 12 de marzo de 2010

Formamos círculos alrededor de la hoguera.

En ella quemamos cada noche viejos fantasmas,

miedos, fracasos y sueños lejanos e incumplidos.

Cantamos y bailamos intentando la soledad los sueños muertos las promesas y traiciones.

Invocamos la alegría perdida hace tanto, que vuelva la risa a sonar en nuestras gargantas.

Los derrotados, los locos, los poetas, los que vagamos intentando encontrar nuevas estrellas.

niños

Niños de miradas tristes y doradas, juegan en la plaza.
Viejas canciones trae el viento por las estrechas callejas

Detrás las ventanas oscuras sus madres van tejiendo bufandas largas y cálidas a la luz gris de otoño. Bufandas con las que arropar a sus niños que hoy juegan en la plaza, para cuando florezca en los árboles la blanca nieve y la escarcha nueva, cuando baje de la montaña el viejo señor del invierno y con su aliento gélido, recorra las calles, y arrebate las últimas hojas doradas que aún quedan, cuando con su aliento cubra de hielos los ríos y los cristales, cuando sean frías e interminables las noches y en cada casa se escuchen suspiros y sollozos por sueños con pesadilla y cuando el miedo visite a los niños que hoy juegan felices.

floreceran los desiertos


Florecerán los desiertos, brotarán rosas entre las grietas resecas entre las cambiantes dunas.

Dirán que son lágrimas sagradas de ángeles derramadas.

Tras la batalla brotaran rosas rojas nacidas de la sangre de los jóvenes soldados llevados como animales al matadero.

Dejaron sus cuerpos abandonados entre la arena del desierto.

Marionetas al término de la función, ahora son solos placas.

Algunos volvían a casa en ataúdes otros fueron debajo de la arena.

El desierto bebió con avidez su joven sangre como un ogro gigante y se alimentó con ella.


Los señores de la muerte, dieron las ordenes desde cómodos despachos a salvo de la destrucción y del miedo, los arengaban; luchad, luchad, destruir, sois valientes. Patria bandera, Dios, libertad.


Palabras vacías de sentido para ellos, manchan el nombre de Dios cada vez que lo usan en la guerra, la disfrazan de justicia, la paz la asesinan cada día en nombre de la libertad, hombres que de humanos solo conservan la forma sin alma, sin Dios sin corazón.

Florecerán los desiertos, se cubrirán de rosas en su memoria, las rosas más bellas nacidas de lágrimas de ángeles derramadas por los pobres jóvenes muertos

sirenas


Toda la noche gritaron las sirenas varadas en las playas negras de petróleo sus colas antes de plata, sus cabellos rojos de sangre dejaron su huella en los cortantes acantilados.

Quedaron desiertos y ahogados en una sustancia viscosa sus palacios de corales, de algas, de medusas, vacíos de estrellas de mar.

Todo su mundo desapareció de pronto bajo una sabana negra que tendieron en el mar los señores de la muerte. Los señores de la guerra no dejaron que se salvara nadie ni en la tierra, ni en el mar, ni en el aire.

Tan solo quedan sirenas llorando en las playas. Hoy negras en los acantilados solo sirenas llorando

la vieja dama

En el país del hielo y la nieve en el lejano norte, hay un castillo casi en ruinas. En el torreón más alto azotado siempre por el viento, vive encerrada una dama muy vieja, blancos cabellos sobre su arrugada frente, dos espejos helados sus ojos miran sin ver el horizonte, en el pecho un corazón roto y un alma muerta, pasa las horas mirando caer la nieve y recuerda...

La pobre vieja fue un día la mas bella de las hadas la más alegre y feliz. Esmeraldas brillantes sus ojos, su cara tenía la suavidad de las rosas, labios rojos como brasas y negra noche sin luna, sus cabellos.

Vivía feliz en su palacio de agua al pié de la gran cascada en un país al abrigo de la pena y la guerra.

Recorría la tierra salvaje montando su unicornio y dejaba en las almohadas de los niños, felices sueños de colores juegos nuevos e ilusiones.

Hasta que un día un conoció un bello mortal que le robó el corazón, con hilos de amor tejió una cárcel y en ella quedo para siempre cautiva. Por su amor renuncio a su palacio de agua a su unicornio alado.


Quedó para siempre a su lado el tiempo que para ella no pasaba. A él le fue poniendo nieve en el pelo, arrugas en su cara y en su alma, y un día de invierno se fue, atravesó la puerta de la muerte, donde ella no podía seguirlo, la dejo sola en el viejo torreón. Ella pidió ser mortal para no tener que vivir siempre con la garra que le oprime el corazón sin dejarla apenas respirar.

Sola, en silencio, fue envejeciendo en el país del hielo del frío, en el castillo en ruinas, y recuerda el amor que le dejo por corazón un trozo de hielo y mirando caer lenta la nieve, espera que la muerte la lleve de nuevo a su lado.

Lluvia dorada cae sobre la tarde de octubre

Viste de color los árboles de los caminos solitarios

Lluvia dorada sobre las casa pobres de la aldea

lanzan brillos y fulgores de plata sus humildes tejados.

Lluvia dorada cae en los prados resecos del otoño

diminutos diamantes de luz cubren la tierra esta tarde.

Lluvia dorada sobre los recuerdos, los difumina los devuelve endulzados las heridas no cicatrizadas.

Lluvia dorada en mi corazón adormece el dolor y lava el alma de rencores viejos de tristes miradas en tu último adios.

martes, 9 de febrero de 2010

la casa

La casa se levanta solitaria a la orilla del camino.

Vacía y muda de amor y palabras desde que se fueron los abuelos a dormir para siempre en la tierra bendita del cementerio.

Hoy está casi en ruinas, cerradas las ventanas y algunos cristales rotos por donde se cuela el viento.

En las habitaciones oscuras y vacías por donde jugando corríamos de niños. Quedo fría y triste la cocina grande donde antes siempre había risas y canciones, donde entre guisos se afanaba la abuela.

Geranios cuajados de flores en las ventanas, y al fondo, la larga mesa dispuesta con el mantel de los días de fiesta y la mejor vajilla esperando nuestra llegada.

Hasta las habitaciones ahora frías, vacías llegaba los olores de mi infancia, el olor a pan recién hecho, a café, a dulces, a manzanas, a los guisos mejores de la abuela. Hoy la humedad y el polvo son sus únicos dueños.

Quedaron vacíos los armarios, donde entre manojos de romero, guardaba la abuela su ropa, sus mejores manteles, las sábanas de hilo que bordara de joven con sus iniciales, y las del abuelo.

Corren hoy los ratones por la casa, la vieja y querida casa del pueblo. Negras arañas tejen incansables sus trampas por todos los rincones tratando de apresar todos los recuerdos de mi feliz infancia.